Las condiciones en las que la riqueza se convierte en capital invertido en medios de producción determinan la diferenciación social del campesinado. Ante ese hecho, una redistribución de tierras que beneficie a los estratos marginales de ese sector, es un factor esencial en los cambios estructurales requeridos para que la economía campesina acceda a recursos productivos.
La derrota en la guerra del Chaco marcó un antes y un después en la historia boliviana. Una de las principales implicancias sociales de este conflicto bélico fue la toma de consciencia sobre la situación de discriminación y subalternidad que afectaba a la gran mayoría de la población; “fuimos a la guerra del Chaco para saber quiénes somos” escribía al respecto René Zavaleta Mercado. Es ante la constatación de esta realidad que empezó un importante proceso de acumulación de fuerzas sociales en busca de cambios estructurales que terminarían por desencadenar la Revolución Nacional de 1952 y la primera Reforma Agraria el año siguiente.
La Reforma Agraria boliviana de 1953, catalogada como una de las más radicales del continente, significó sin duda una transformación estructural de la realidad rural boliviana. En el occidente del país, las tierras pertenecientes a los hacendados fueron repartidas a millones de indígenas que se organizaron en comunidades emulando las formaciones territoriales ancestrales denominadas “ayllus” y, al mismo tiempo, constituyendo sindicatos agrarios en concordancia con los intereses estatales de la época[1]. Paralelamente, esta reforma marcó el comienzo de procesos de colonización en el oriente del país que años más tarde constituirán un pilar fundamental en la política económica propuesta por el Nacionalismo Revolucionario[2] y su apuesta por la substitución de importaciones agrícolas[3]. Si bien los impactos de la reforma fueron diferenciados en función a las regiones del país, el hecho material de la recuperación de la tierra marcó el fin de los procesos de servidumbre para la gran mayoría de la población indígena, es decir, los “indios” dejaron de ser pongos.
La Reforma Agraria además representó un paso fundamental para la estructuración del capitalismo agrario en el país[4]. De hecho, el establecimiento de relaciones capitalistas en la agricultura era concebido como un paso necesario tanto por sectores liberales como por sectores socialistas, aunque por supuesto los primeros lo veían como un ideal modernizador mientras que los segundos como un paso de transición hacia el socialismo[5]. Efectivamente, desde la promulgación de la reforma en adelante, la consolidación de la propiedad privada sobre la tierra daría paso al desarrollo de una agricultura de corte capitalista que trajo consigo significativos procesos de diferenciación campesina, principalmente en zonas de intensa commodificación de la actividad agrícola.
Desde la perspectiva materialista, la diferenciación social del campesinado está estrechamente relacionada con las condiciones en las que la riqueza se convierte en capital invertido en medios de producción, hecho que a su vez establece determinadas relaciones sociales de producción en un contexto dado. Así se distinguen tres grandes grupos: 1) campesinos “ricos” capaces de lograr importantes niveles de acumulación como para invertir en su capacidad productiva a través de la adquisición de mayores y mejores medios de producción y/o mano de obra; 2) campesinos “medios” que llegan a reproducirse gracias a mano de obra familiar y tierra propia pero en función a determinadas relaciones que establecen con otros estratos sociales del campesinado; y 3) campesinos “pobres” que no logran su reproducción a través de su producción propia por lo que optan por el intercambio de mano de obra de manera regular constituyéndose en un proletariado en formación[6].
En la actualidad, los procesos de diferenciación campesina, así definidos, son bastante palpables en varias zonas rurales de Bolivia. Quizás uno de los ejemplos más claros está dado por las comunidades campesinas de colonizadores en el oriente del país; lugar donde la agricultura se ha especializado en la producción de commodities de exportación, soya principalmente. En este contexto, la incorporación campesina a la dinámica productiva se da de modo diferenciado en función al grado de acceso a capital y tierra que tienen las familias. Sólo un porcentaje reducido de los hogares campesinos (10%) logra consolidarse como pequeños productores agroindustriales cuyos procesos de acumulación de capital les permiten acceder a innovaciones tecnológicas –principalmente maquinaria- y mayores extensiones de tierra comúnmente vía arrendamiento. Un segundo segmento de las familias logra su reproducción a través de su mano de obra y los beneficios derivados de sus parcelas de tierra que fueron adquiridas mediante procesos de dotación promovidos por los planes de colonización. Sin embargo, para este segmento resulta fundamental la relación con el estrato superior de campesinos “ricos” u otros tipos de productores (menonitas y empresarios) para poder darle un uso a su tierra. En la gran mayoría de los casos son estos últimos los que se encargan en sí de la producción agrícola cediendo a cambio un porcentaje de las ganancias (usualmente 25%) a la familia propietaria de la tierra[7].
Un tercer grupo lo conforman las familias con escaso o nulo acceso a la tierra cuya subsistencia depende mayoritariamente de la venta de su fuerza de trabajo. Típicamente, estas familias poseen un pequeño lote donde construyen una vivienda precaria y en el mejor de los casos poseen un limitado huerto familiar de donde obtienen parte de su alimentación, lo que paradójicamente beneficia más a sus empleadores pues puede conllevar a reducir el costo de su mano de obra. Estas familias se desempeñan como trabajadores asalariados en actividades agrícolas como el deshierbe en momentos de cosecha aunque con la introducción cada vez mayor de maquinaria especializada su empleo está girando hacia oficios de albañilería y/o carpintería. Encuestas realizadas muestran que este grupo representa más del 30% de la población en las comunidades campesinas de la zona agroindustrial, aunque su proporción parece tender a incrementarse debido a procesos de migración campesina desde el occidente del país y al crecimiento demográfico natural de las comunidades en un contexto donde la tierra es cada vez más escasa[8]. Surge entonces la pregunta: ¿estamos ante procesos de proletarización de este segmento campesino que se encuentra excluido y/o subordinado al capitalismo agrario?
En el establecimiento de la vulnerabilidad y la diferenciación social del campesinado, el acceso a tierra productiva es un factor determinante. De hecho, la crisis actual de la economía campesina se explica en gran medida por la pérdida de control sobre los recursos productivos a causa del proyecto neoliberal, lo que a su vez ha forzado transiciones hacia la desagrarización y actividades económicas no-agrícolas. Lecturas de este hecho desde la llamada “nueva ruralidad” pierden de vista estas causas estructurales así como la significancia de los procesos de diferenciación campesina. Ignorar estos factores puede conducir al desarrollo de políticas públicas rurales que terminen por exacerbar los procesos de diferenciación pues el grueso de la población campesina no podría beneficiarse de tales políticas dada su falta de acceso a recursos productivos[9]. Remediar esta carencia implica pues cambios estructurales en la economía campesina entre los cuales destaca la necesidad de redistribuir tierras a los sectores más marginados, aquellos que hemos insinuado se constituirían en un proletariado en proceso de formación. Por tanto, hoy en día, el debate sobre reforma agraria continúa siendo por demás relevante. No obstante, dicho debate debe ser renovado en adecuación a los cambios políticos, económicos y sociales que ha vivido el país en los últimos años, además de considerar los desafíos emergentes relacionados al acaparamiento de tierras y las dinámicas del agronegocio globalizado.
[1] Urioste, M. (2011). Concentración y extranjerización de la tierra en Bolivia. La Paz, Bolivia: Fundación TIERRA.
[2] Se denomina Nacionalismo Revolucionario al periodo histórico en el cual gobernó el partido Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) desde la Revolución Nacional de 1952 hasta 1964.
[3] Romero, C. (2003). La Reforma Agraria en las Tierras Bajas de Bolivia. En C. -U. Desarrollo, Proceso Agrario en Bolivia y América Latina. La Paz: Plural Editores.
[4] Ibid.
[5] Soruco, X. (2008). De la Goma a la Soya: El Proyecto Histórico de la Elite Cruceña. En X. Soruco, W. Plata, & G. Medeiros, Los Barones del Oriente. El Poder en Santa Cruz ayer y hoy (págs. 1-100). Santa Cruz, Bolivia: Fundación TIERRA.
[6] Bernstein, H. (1977). Notes on Capital and Peasantry. Review of African Political Economy, 60-73.
[7] Castañón , E. (2014). Cuando la soya se impone: transformaciones en las comunidades campesinas y sus implicaciones alimentarias. La Paz: TIERRA.
[8] Ibid.
[9] Kay, C. (2008). Reflections on Latin American Rural Studies in the Neoliberal Globalization Period: A New Rurality? Development and Change, 915-943.