Miguel Urioste: «Bolivia quiere ser parte de la liga mayor del agronegocio en América Latina»

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Por: Cecilia Lanza Lobo. El economista y especialista en desarrollo rural y reforma agraria Miguel Urioste destaca la gran paradoja que vive hoy Bolivia al tener un presidente de origen indígena y un gobierno de corte popular que, sin embargo, ha convertido a los indígenas y campesinos en migrantes urbanos con empleos informales. El fundador de Fundación Tierra cree que la particularidad étnica de esos sectores se ha perdido y que su dieta alimentaria ha sido uniformizada por el patrón de consumo del capitalismo mundial.

 

Luego de la reforma agraria de 1952, que entregó tierras a los campesinos en Bolivia, ¿cuál es el panorama hoy respecto de la propiedad y el uso de esas tierras? ¿Esas tierras han sido productivas? ¿Para quién lo han sido? ¿Para la autosostenibilidad de los campesinos? ¿Para todos los bolivianos?

 

La reforma agraria estuvo centrada en la región andina. Tuvo como objetivo eliminar la servidumbre y el pongueaje –nombre con el que se denominó la semiesclavitud del hombre del campo– y devolver las tierras a las comunidades originarias y a los ex- colonos. Esos objetivos se cumplieron y cambiaron la historia del país. A partir de entonces se inició un proceso de autoidentificación étnica nacional: el concepto de campesino reemplazó al concepto de indio. Los agricultores que antes trabajaban para el patrón aumentaron su producción, mejoró su consumo de alimentos, mejoró su bienestar, aumentó la oferta interna de alimentos, disminuyó en gran medida la hambruna rural. Sin embargo, con el pasar de los años, la reforma agraria –fue un hecho revolucionario, un hecho social antes que político y jurídico, una de las más radicales del continente porque logró objetivos de profundidad estructural y la eliminación del sistema de pongueaje– fue abandonada, dejó de ser una política pública, el Estado se retiró del Valle y el Altiplano y, según confesión del propio Víctor Paz Estenssoro [líder de la Revolución Nacional], no formó parte de las prioridades de la agenda de la Revolución Nacional. El tema campesino pasó a segundo lugar hasta que la «marcha al Oriente», promovida inicialmente por el Plan Bohan [misión estadounidense conducida por Mervin Bohan, 1941-1942] y reforzada por el Plan de Guevara [Walter Guevara, canciller, 1955], abrió las fronteras del Oriente y se comenzó a diseñar un modelo de desarrollo agrario capitalista para satisfacer la demanda interna de alimentos. Revisando la historia, uno puede decir que esa estrategia fue exitosa, que efectivamente el Estado sentó presencia en el Oriente, donde hay un desarrollo capitalista «exitoso» porque en esa región hoy se cultivan dos de los tres millones de hectáreas cultivadas del país y porque la agroindustria vinculada al agronegocio internacional por medio de la soja está comenzando a ser parte de un régimen alimentario globalizado. Sin embargo, en un estudio de la Fundación Tierra llamado «Comer de nuestra Tierra» hemos confirmado que en las últimas dos décadas, pero particularmente en esta –vaya paradoja e ironía, durante el gobierno popular e indígena [del presidente Evo Morales]– se ha producido una uniformización de la dieta nacional urbana y rural. El estudio muestra que no hay diferencias sustantivas en la dieta de consumo entre un indígena guaraní, la de un leco o un aimara de Achacachi o Viacha o la de un quechua de Cochabamba. Y esa dieta está conformada en 79% por productos de origen agroindustrial: pollo, aceite, azúcar, harinas, fideos, refrescos y, en menor medida, productos tradicionales producidos localmente. Esto quiere decir que en Bolivia, como en otros países, estamos viviendo las consecuencias de una mala calidad de nutrientes y malos hábitos de consumo.

 

¿En manos de quién están las tierras productivas en Bolivia? ¿Son productivas? ¿A quién han dado y dan de comer?

 

En el Altiplano y el Valle ciertamente no se ha reconstituido ninguna forma de latifundio. Lo que hay es una subutilización de la tierra en el Altiplano y los valles en general. Hay muchas tierras baldías que fueron dotadas por la reforma agraria y que han quedado semiabandonadas, pero tienen dueños que se esfuerzan por certificar sus derechos de propiedad y tienen como actor protagonista a un personaje que se llama «residente». Es la persona que, siendo de origen campesino y teniendo tierras, reside en la ciudad y por lo tanto es un citadino que de vez en cuando va a la comunidad (durante fiestas patronales, a ayudar a la familia en tiempos de cosecha, etc.), y de esa manera vive una ambivalencia entre un mundo urbano y uno rural. La característica principal en ese modelo de subutilización de la tierra se combina con una fuerte presencia de la multiactividad y la multirresidencia. Los agricultores son a su vez choferes, comerciantes, albañiles y las mujeres son a su vez lecheras, criadoras de ganado, comerciantes, etc. Al mismo tiempo, prácticamente la totalidad de los habitantes del Altiplano norte, centro y sur tienen una precaria vivienda en El Alto, Viacha, Oruro o Potosí. La multirresidencia urbano-rural es un producto de esta nueva ruralidad que surge de un capitalismo deformado, atrasado, que no da empleo pleno a un proletariado que nunca se ha desarrollado.

 

Históricamente en Bolivia se han producido importantes migraciones del campo a la ciudad. ¿Por qué? Añado a la pregunta la crisis minera y el auge petrolero que vive Bolivia. ¿Cómo afecta a la agricultura y al tema alimentario en el país?

 

Tenemos más de un 1.200.000 ciudadanos bolivianos viviendo en Argentina. De ellos, 10.000 son horticultores y verduleros que abastecen el mercado del Gran Buenos Aires, que tiene más de diez millones de habitantes, y mueven centenares de millones de dólares. Son emprendedores que se han ido porque aquí no tienen opciones laborales y encuentran allá mejores oportunidades de trabajo y de ingresos. Esto está mostrando cómo en determinadas condiciones de acceso a recursos, su inventiva y su capacidad son tan extraordinarias que permiten que estos bolivianos sean los principales propietarios de tierras del cordón que rodea la Ciudad de Buenos Aires. Se han comprado las quintas que antes eran de alemanes, de italianos y que ahora son de bolivianos. Son los «bolitas».

 

¿Por qué no pueden hacer lo mismo en este país?

 

Hay varios elementos que ayudan a responder la pregunta. Primero, las condiciones del medio. Allá están a 400 metros sobre el nivel del mar, tienen acceso al agua, riego permanente y tienen tierra más productiva. Segundo, tienen un mercado gigantesco asegurado, tienen la habilidad para trabajar la tierra y la organización social que es la familia extendida. Son núcleos familiares de seis o siete miembros que están explotando y comercializando hortalizas y verduras y que han logrado niveles de productividad, eficiencia comercial y retorno a través de la venta que les permiten acumulación y envío de remesas al país.

 

¿Qué pueden lograr allá que no puedan lograr en Bolivia?

 

El contexto macroeconómico boliviano de hoy es particularmente adverso para los campesinos de agricultura familiar porque vivimos una época de auge del precio de las materias primas (gas y minerales en menor medida porque eso se está acabando), que le permitió al Estado disponer de tal abundancia de recursos que hubo una lluvia de dinero y de proyectos en el área rural. Pero la preocupación del campesino ha sido cómo desviar esos recursos que estarían originalmente destinados al agro para comprarse un autito, un minibús o un terrenito en El Alto o en Cochabamba o donde fuera. Y tiene lógica. Porque ser agricultor en Bolivia en las condiciones actuales no es rentable. Es un problema: estamos viviendo un ciclo de precios extraordinarios de materias primas acompañado de un periodo de abundancia de dinero en el país, donde las condiciones productivas debido al dólar barato, al tipo de cambio fijo y a que los países vecinos devalúan sus monedas hacen que los productores bolivianos no puedan competir con los productores internacionales. La gran paradoja es que en un gobierno de raíz indígena se está expulsando a la población rural del campo hacia las ciudades para que se conviertan en trabajadores informales urbanos.

 

Sin embargo, datos oficiales señalan que estaría sucediendo más bien un retorno de los campesinos a sus tierras, una suerte de «recampesinización». Del total de la población ocupada en Bolivia (cinco millones de personas), 32% estaría dedicada hoy a las labores agrícolas en el campo. ¿Esto es así?

 

Quinoa, soja y coca son excepciones a la dinámica generalizada de los campesinos. En estos casos, que son a su vez commodities que se transan en el mercado internacional a precios muy atractivos, sí se ha generado un uso intensivo de la tierra y de la fuerza de trabajo y un retorno de los migrantes a sus lugares de origen, al extremo de generarse conflictos por la tenencia de la tierra entre vecinos, entre territorios indígenas, entre familias, entre municipios o entre departamentos. Ahí donde la tierra se valoriza por el alto precio internacional de un commodity, se va a generar un retorno de propietarios de esa tierra, un uso intensivo del recurso natural, un sobreuso de los recursos del suelo hasta llegar al extremo de su destrucción. Eso está ocurriendo en el caso de la quinoa y [las tierras para pastoreo de] las llamas y lo propio en el caso de la coca (sobreuso del suelo, uso extensivo de agroquímicos). En términos generales, hay necesidad de hacer ajustes de los datos estadísticos de población urbana y rural por procesos migratorios campo-ciudad y número de residentes. Lamentablemente, el Instituto Nacional de Estadística no quiso aceptar la categoría de «multirresidencia» en el Censo de Población y Vivienda ni en el Censo Agropecuario, algo que hubiera ayudado muchísimo a esclarecer este tema.

 

¿Cómo ha afectado a la agricultura y a la alimentación en Bolivia la megaproducción de soja, quinua y castaña, que son los productos que más se producen y exportan en el país?

 

Por un lado, aquello genera dinámicas virtuosas en el sentido de permitir desarrollos territorializados o territorios rurales dinámicos en los que la agricultura se combina con otras actividades (financieras, telefonía, transporte, etc). Es interesante. Pero tiene también su lógica perversa: el agotamiento de los recursos naturales, la diferenciación entre ricos y pobres, los conflictos entre regiones. Y esto ocurre casi al margen de las políticas nacionales. El Estado puede alentar un desarrollo rural más o menos uniforme, homogéneo, igualitario en todo el país –y para eso tiene múltiples proyectos y programas–, pero las dinámicas económicas que dependen de la globalización y de la exportación de commodities se superponen y se imponen a estas políticas públicas, que quedan completamente marginales e insuficientes para reordenar las fichas en el tablero. Sucede entonces que los campesinos prefieren comprarse un televisor plano en vez de construir un baño porque se distraen, porque les gusta, porque les alegra la vida. Y tienen derecho, es parte de sus conquistas de nivelación social y de acceso a la ciencia y la tecnología, pero eso destruye valores de solidaridad, reciprocidad, intercambio, que son valores muy fuertes y que suponíamos que en este proceso de cambio se iban a fortalecer. Pero ha ocurrido lo contrario.

 

¿Cuál es la superficie cultivada en Bolivia? ¿Quiénes son los mayores poseedores de tierras cultivadas hoy: los empresarios exportadores o los campesinos agricultores? Esto apunta finalmente a saber cuánta mano de obra trabaja la tierra en Bolivia. O, dicho de otro modo, ¿quiénes dan de comer a los bolivianos?

 

Son 2,8 millones de hectáreas en Santa Cruz y poco más de un millón en el resto del país. La expansión de la frontera agrícola se da básicamente en el Oriente. No es reciente sino desde hace 50 años, con una aceleración a partir de los años 90 por la presencia de inversión extranjera, particularmente argentina, brasileña, menonita, de colonias rusas y de algunos colombianos que traen conocimiento del negocio sojero, tecnología y capital. Ellos encuentran que hay tierras baratas que no están siendo usadas y que hay una elite boliviana –no solo cruceña sino también muchos terratenientes collas– que prefiere alquilar sus tierras antes que producirlas y trabajarlas ellos mismos. El modelo del agronegocio sojero, que se ha implantado a partir de Argentina y Bolivia a países como Paraguay y Uruguay, está generando una clase rentista que prefiere alquilar sus tierras a esos inversores y vivir de sus rentas. Es menos problemático: no tienes que estar sembrando, cosechando, exportando, lidiando con los tractoristas o fumigadores. Si tienes 2.000 hectáreas, tienes casi un millón de dólares por año de ingreso solo por alquilar tu tierra.

 

Entonces, la mayor cantidad de tierra cultivada en Bolivia está sobre todo en manos de empresarios privados del Oriente.

 

La mayor cantidad de tierra productiva dedicada a agricultura y ganadería en Bolivia sigue en manos de grandes propietarios que han logrado sanear sus tierras, o están en curso de hacerlo o las han vendido a inversionistas extranjeros (brasileños, argentinos y menonitas de diferentes países) y que están a la espera de una acelerada expansión del agronegocio. La Cumbre Agropecuaria de abril de 2015, la Agenda 2025, el paquete de leyes y decretos que el presidente ha mandado al Parlamento en agosto de 2015 están generando las condiciones para que la inversión extranjera pase de una escala marginal a una escala significativa: Bolivia quiere ser parte de la liga mayor del agronegocio en América Latina. Por eso el presidente Evo Morales apuesta por ampliar la frontera agrícola en diez años a diez millones de hectáreas nuevas que estarían cultivadas con estos cultivos de exportación.

 

¿Qué se cultiva en estas grandes extensiones y cómo afecta esto la alimentación en el país?

 

Los grandes productores del Oriente se enojan cuando se les dice que son monocultivadores, monoproductores y que el monocultivo erosiona los suelos, deteriora los nutrientes, cansa la tierra y genera un impacto ambiental irreversible. Dicen que no es verdad, que rotan la soja con girasol, con sorgo, con dos o tres cultivos de granos u oleaginosas y que por lo tanto no son monocultivadores. No quieren admitir que hay un cultivo dominante, patrón, que es el que genera la acumulación financiera, porque no se exporta girasol ni sorgo ni chía, lo que se exporta es soja y sus derivados. Lo que mundialmente se conoce como «boom del agronegocio» está asentado en la soja. Esto tiene efectos colaterales que implican ampliar la frontera agrícola del arroz, maíz, trigo, girasol, sorgo y chía, lo cual no deja de ser interesante porque arrastra otros cultivos que diversifican de alguna manera la oferta interna de alimentos que satisfacen de lejos la demanda de este pequeñísimo mercado interno de diez millones de habitantes. Bolivia es un poroto. La soja que produce Bolivia significa solamente 0,9% de la soja que se produce en el mundo. Brasil tiene 30 millones de hectáreas de soja, Argentina 24 millones, Paraguay cuatro millones, Bolivia un millón y Uruguay medio millón. La pregunta que se hacen los cruceños es: «¿Por qué no hemos crecido tanto como Paraguay?». Y Evo Morales dice: «Yo quiero imitar el modelo paraguayo, tenemos que lograr que crezcamos como lo ha hecho Paraguay en los últimos diez años». Bueno, el crecimiento de Paraguay ha significado el desplazamiento de un millón de campesinos paraguayos que se han quedado sin tierra y la deforestación de seis millones de hectáreas. Ese es el costo de ingresar a las ligas mayores de los productores de soja en América Latina. Y esa es una opción política: lo quieres o no lo quieres. Y el Estado boliviano ha dicho que sí.

 

¿Qué producen entonces los pequeños productores? ¿De qué se alimentan los bolivianos? ¿Quién les provee?

 

El argumento de los sojeros no deja de tener su lógica. ¿Por qué no deja de haber oferta de huevo y de pollos en Bolivia? Porque hay más soja que se convierte en alimento balanceado. ¿Por qué el pollo tiene un precio cada vez más bajo? Porque estoy vendiendo torta de soja a un precio más bajo. Y efectivamente es verdad. El consumo de pollo en Bolivia ya está a nivel del contexto latinoamericano, y el de leche también. Estos son efectos de la cadena de la soja. Pero ¿qué pasa con los productores tradicionales de los productos originarios de la región? El autoconsumo de estos productos ha disminuido y están siendo reemplazados por la comida chatarra, que ha entrado en el imaginario de la dieta popular como una muestra de ascenso social y de prestigio: consumir una hamburguesa es mejor que comerte un plato típico. Hay un efecto de demostración vía la televisión que llega al campo y a los jóvenes. ¿Quiénes producen las verduras y hortalizas que consumimos? Aquí hay un mix: en alguna medida, la producen los pequeños productores de origen campesino, pero también los pequeños productores que han encontrado buenos niveles de riego provistos por el Estado. No es el caso de La Paz, que se abastece del contrabando de Perú y Chile y muy poco de pequeños productores locales. Ha habido una transformación muy radical en la última década. Si hace 30 años no había duda en decir que quienes proveían los principales alimentos de la canasta familiar a los bolivianos eran los agricultores campesinos, hoy no es así. Los principales proveedores de los alimentos que consumimos provienen ahora de la agroindustria en una muy alta proporción. Las tierras bajas del Oriente se han convertido en el principal productor de alimentos del país.

 

Como en México las tortillas, ¿en Bolivia el pan?

 

Sí. Somos «trigoadictos».

 

Pero no producimos trigo.

 

Tenemos un vecino muy grande, Argentina, que es además el principal productor de granos de América Latina, particularmente de trigo, aunque está compitiendo con la soja, que está desplazando al trigo. Nosotros no hemos sido capaces de desarrollar variedades para el trigo que se cultiva en Santa Cruz. El trigo en Bolivia era originalmente de valles (Chuquisaca y Cochabamba, productores de maíz, trigo y cebada) pero el trigo cultivado a lo grande, a lo gaucho, tiene precios cuatro veces más bajos y una calidad diez veces mayor que el trigo boliviano. Por eso seguimos importando y consumiendo harina americana y argentina. Este gobierno ha hecho esfuerzos importantes y está obligando a los productores de soja a que por lo menos 5% de su cultivo sea destinado al trigo. Les ofrece comprarles 100% de su producción al valor de la bolsa. Es atractivo.

 

¿Y entonces de qué hablamos cuando hablamos de hambre? ¿Qué es el hambre?

 

Entiendo el hambre como un estado de violación al derecho a la alimentación; un estado de falta de nutrientes, calorías y proteínas para cubrir las necesidades de desarrollo y crecimiento, que se agrava cuando se concentra en la población infantil desprotegida. No es lo mismo que un adulto tenga hambre que que un niño tenga hambre cuando la leche de su madre no es suficiente en cantidad y calidad o cuando no hay alimentos suficientes para ofrecérselos. En términos planetarios, si comparamos Bolivia con Etiopía, Zimbabwe u otros países, vivimos en una condición ciertamente mejor. Creo que en esos términos en Bolivia no hay hambruna. Hay insuficiencia nutricional, y en general los niños se acuestan con el estómago lleno, aunque sea de fideos, de arroz o de alimentos que no son los mejores.

 

¿Es posible medir el hambre?

 

No lo sé. La nutrición se puede medir, pero el hambre…

 

Los datos respecto de desnutrición, mortalidad, esperanza de vida, salud, es decir, los datos que medirían el hambre en Bolivia muestran mejoras. Se muestra incluso que la pobreza ha disminuido notablemente. ¿Quiere decir esto que el hambre ha disminuido? ¿Hay hambre en Bolivia?

 

Después de hacer un estudio de caso en seis municipios del país y después de leer estudios comparativos sobre la cuestión alimentaria a escala mundial, me atrevo a decir en voz alta que en Bolivia hemos mejorado notablemente desde hace dos o tres décadas y que la disponibilidad y el acceso a alimentos hoy son mucho mejores para el conjunto de la población, especialmente los niños.

 

¿Cuál es el indicador que probaría con certeza que hay o no hay hambre en Bolivia?

 

Por ejemplo, el hecho de que cuando en una familia se recibe un ingreso adicional, en lugar de comprar alimento la mujer se compre una falda, o una cerveza, o vaya a una fiesta, o se vaya de paseo con sucomadre al pueblo vecino. Ese ha sido para mí un indicador interesante de que los umbrales de extrema pobreza y hambruna han sido superados. Porque cuando hay dinero adicional, el que tiene hambre compra alimento, y el que no, engaña a su estómago y puede destinar ese ingreso adicional a otra cosa que no sea alimentación, y esa es una opción subjetiva y personalísima.

 

¿Cómo se entiende que los indicadores muestren altas tasas de desnutrición al mismo tiempo que un incremento de la obesidad en el país?

 

He tratado de que me lo expliquen en la Facultad de Medicina. Ellos piensan que es un problema básicamente de educación y de que los buenos alimentos son más caros. La comida chatarra es más accesible, más barata y a veces más rica. La agroindustria también se las ingenia para marketear su producto y vendernos empaquetados bonitos.

 

Si la clase popular boliviana come un buen plato de comida como desayuno y luego otro a media mañana y luego otro en el almuerzo, ¿dónde está el hambre?

 

Cuando comencé mis primeras investigaciones veía que a mediodía un albañil comía una marraqueta [pan], una botella de refresco Papaya Salvietti y un plátano. Hoy tú ves que comen su guiso de carne, arroz, papa, etc. Hay un cambio, para bien.

 

¿El cultivo de productos alimenticios básicos ha disminuido? ¿Importamos cada vez más?

 

Sí. La investigación del especialista en nutrición Julio Prudencio muestra cómo las importaciones de verduras y hortalizas en Bolivia están aumentando aceleradamente. Aun si productos básicos podrían producirse fácilmente en una carpa solar en Viacha, Río Abajo o Palca [regiones aledañas a La Paz], lo hacen pero no cubren la demanda y todavía hay espacio para el contrabando o la importación.

 

La producción orgánica está siendo impulsada por distintas organizaciones. ¿Podría esto impulsar la producción nacional? ¿Es posible el éxito de esta iniciativa en el país o, nuevamente, beneficiaría solamente a los mercados externos?

 

No tengo una respuesta sino dudas. Alguna vez he escrito que una opción para Bolivia sería especializarnos en cultivos ecológicos para vender a mercados gourmet pero suena un poco raro. Lo que pasa es que los consumidores somos cada vez más exigentes y queremos cada vez más calidad, rastreamos el origen del producto y vemos que no tenga organismos genéticamente modificados, pero eso en Bolivia es todavía algo excepcional. Pero claro, los que acaban comiendo chatarra son los pobres. Los ricos comen productos de altísima calidad que son diez o veinte veces más caros.

 

¿Cómo está Bolivia respecto de la seguridad y la soberanía alimentarias?

 

Peor. En Bolivia hoy hay abundancia de alimentos a partir de una masiva importación y un subsidio al consumo de alimentos. Tenemos seguridad alimentaria en la medida en que encontramos alimentos por todos lados y no hay escasez de alimentos ni en el campo ni en la ciudad. Los mercados están abarrotados y ese es un éxito de la política de Emapa [Empresa de Apoyo a la Producción de Alimentos] y del gobierno: hay una oferta mayor que la demanda. Pero el asunto es cómo cubres tu oferta. Si la cubres vía importación de alimentos, la seguridad alimentaria es endeble, no es sostenible ni siquiera en el mediano plazo. Emapa defiende los intereses del consumidor boliviano, pero no los del productor agrícola familiar campesino. Ahora, en soberanía alimentaria ni hablar. Hemos ido para atrás.

 

¿Cuál es el impacto de los bonos Juana Azurduy [transferencia condicional en efectivo otorgada por el gobierno nacional, que beneficia a madres en periodo de embarazo y a niños y niñas menores de dos años que cumplan con asistir a controles integrales en salud] y Juancito Pinto [dinero en efectivo a los estudiantes de primaria] en la salud y alimentación de la población boliviana?

 

En general son positivos. La mortandad por infecciones diarreicas o tos es mucho menor que hace diez años. He visto, por ejemplo en el Altiplano y en los hospitales públicos del norte de La Paz, cómo hay un seguimiento a los recién nacidos: peso, talla, suplementos nutricionales. Una maravilla. Y eso va a cambiar de aquí a 20 años. Esos niños van a ser más fuertes, más grandes y más inteligentes.

 

 

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